que sufieron las cadidaturas del PCE en las famosas elecciones de 1982. A la vista de
tales resultados, y refiriéndonos a la campaña electoral, podemos concluir que, también
en esta cuestión, fue la nuestra “una voz que clama en el desierto”. Los comunistas, a la
hora de transmitir nuestro mensaje a la sociedad nos encontramos, frente al sistema que
combatimos, en una situación de inferioridad e incapacidad similar a la de las tropas
servias e iraquíes ante las armas de la OTAN.
El gran poder de los medios de difusión, controlados por nuestros enemigos de clase, se
muestra capaz de realizar milagros no menos espectaculares que los de la aviación de la
OTAN. E
n nuestro país, en concreto, en el que hay una alta tasa de paro y de precariedad
laboral, consiguieron que una grandísima parte de la población perjudicada por esa
política laboral corriera a votar a favor de los partidos que la habían propiciado y
castigaran a la única fuerza política española que se toma en serio su lucha contra el
desempleo y elabora medidas, como la reducción de la jornada laboral a 35 horas
semanales, que tiene como objeto crear más puestos de trabajo. En un país como el
nuestro, donde los partidos de gobierno, a nivel estatal y autonómico, se enfangaron en
escandalosos casos de corrupción, la mayor parte del electorado primó y aprobó con su
voto a los partidos de la corrupción, y castigó a la fuerza política que más se distinguió
por su proceder honesto y ético y por su denuncia de la corrupción. El 95 por ciento de
los sufragios se repartió generosamente entre los partidos del sistema, que se mostraron
reticentes y reacios al procesamiento de Pinochet, y que se pronunciaron en contra de la
detención de ese genocida, mientras que sólo el 5 por ciento restante del electorado
español apoyó a IU, que había reunido pruebas de los crímenes del dictador chileno para
entregárselas al Juez Garzón. Gozaron de un apoyo social masivo los partidos de la
OTAN, que aprueban los bombardeos y el bloqueo contra Irak, que produjeron cientos
de miles de víctimas, y la participación española en la intervención armada en
Yugoslavia, mientras se vio rechazada por los electores la fuerza política española que
hizo gala de antiimperialismo y pacifismo, y que propugna la intervención de la ONU
para la resolución pacífica de los conflictos. La inmensa mayoría de nuestros
conciudadanos se apresuró a sostener con su voto a los partidos que se identifican con la
Europa de Maastricht, que destruye la industria española y privatiza las empresas
públicas, que se carga los sectores agrícola, ganadero y pesquero de nuestro país y
abrasa los bosques españoles para promocionar un turismo salvaje que daña la ecología
y las culturas populares de nuestras regiones, mientras sólo una pequeña minoría de
votantes se solidarizó con los que abogamos por la empresa pública, la conservación de
la industria y la agricultura española y la construcción de una
E
uropa de los pueblos más
solidaria que la que se conte
m
pla en el diseño de
M
aastricht. La casi totalidad de nuestro
pueblo desorientado y desinformado dio su aprobación electoral a los partidarios del
neoliberalismo y el capitalismo salvaje de la competitividad y las mafias, y despreciaron
a la fuerza política que se plantea la construcción de un mundo más justo y solidario.
En nuestro país no hay tantos ricos como los votos que obtuvieron las fuerzas
derechistas: PP, PSOE y los demás. Para que esas dos fuerzas políticas mayoritarias del
sistema, y las demás que tienen una implantación regional o local: CIU, PNV, GIL,
URAS... (tambien del sistema) hayan alcanzado los sufragios que alcanzaron, es preciso
que los hayan votado muchos trabajadores en precario, muchos jóvenes que aún no
encontraron su primer puesto de trabajo, muchos pensionistas y otros sectores humildes